A través de trabajos como el de George Rosen y Michel Foucault, es posible rastrear los orígenes de la medicina social en la Europa de inicios del siglo XIX como una política de control sobre los cuerpos y la vida de las poblaciones urbanas. El vertiginoso crecimiento de las ciudades y sus efectos en el hacinamiento de las personas llevaron a lo que Jacques Donzelot denominó como una urbanofobia sobre la que el arte moderno de gobernar buscó intervenir en tanto medida preventiva de una serie de perturbaciones que iban desde las revueltas obreras a epidemias como la peste, la tuberculosis y el cólera. En dicho contexto es que surge la figura del médico social dedicado a la elaboración de los primeros informes en epidemiología, capaces de otorgar status científico a los efectos malsanos que producía el ambiente sobre la salud de la población. Años más tarde, ya en los albores del siglo XX, una nueva corriente médica retomó algunos de los postulados propios de aquella episteme a los fines de elaborar una serie de críticas radicalizadas en contra tanto de las formas de vida urbana como de la medicina alopática. Nos referimos al naturismo y, principalmente, al desarrollo que el mismo alcanzó entre los círculos libertarios que promovían, a modo de alternativa vital, la promoción de un contacto directo con la naturaleza como vía a través de la cual alcanzar el ideal de un cuerpo sano y libre de ataduras. En el presente trabajo buscaremos trazar, bajo la forma de esbozo genealógico, algunas de las líneas de continuidad y ruptura entre la medicina social y el naturismo, centrándonos, de manera específica, en el análisis de material de archivo de la cultura anarquista en Buenos Aires durante los primeros años del 1900.