El feminismo primero lo sentimos en el cuerpo, como necesidad vital, intento desesperado de dar aire a nuestro andar. Pero ser feministas es a veces un proceso doloroso: darnos cuenta de cosas que preferiríamos tener ocultas, así sean evidencias a todas luces. Más aun, en contextos como el actual en que la arremetida patriarcal y neoliberal no da tregua y debemos resistir un golpe tras otro desde las trincheras. Por otro lado, la introyección del opresor dentro del oprimido nos cabe a las feministas también, sumado a las desigualdades de clase, raza y etnia al interior del movimiento. Cuando la rutina se ensaña con nuestra pasión, creatividad y posibilidades feministas de transformación, y ejercemos el arte de la destrucción entre nosotras, debemos politizar las propias experiencias, revisarnos una y otra vez, y continuar construyendo la gran casa de la diferencia de la que nos habla Audre Lorde. Convencidas que entre la disyuntiva de los privilegios y lugares cómodos que ofrece el poder patriarcal, se puede decidir andar hacia la liberación intima, personal y colectiva junto a otras, desde afuera y con la única coherencia de saberse andando autónomamente, esta ponencia se alimenta nutritivamente desde la propia experiencia político-feminista y, en particular, de reflexiones desatas a partir de la lectura de un texto, “Desandar el laberinto”, de la socióloga, feminista y luchadora social, Raquel Gutiérrez.