Desde fines del siglo XVIII, la Frontera Sur de Córdoba configuró un frente de guerra con los ranqueles, siendo los principales motivos de lucha el territorio, el reconocimiento político y el ganado. Eso hizo que la violencia constituyera una clave de la frontera interétnica, con manifestaciones que se proyectaron mucho más allá de las acciones militarizadas (malones indígenas o expediciones cristianas a tierra adentro), permeando toda la sociabilidad de la frontera. Entre ellas podemos mencionar el no cumplimiento de la palabra pactada, el regateo de que eran objeto los indígenas cada vez que se acercaban a los fuertes de la línea a buscar las raciones prometidas, la obligación que tenían los “indios reducidos” de prestar el servicio militar, el traslado forzado a las misiones religiosas, la manipulación de los cuerpos de los cautivos y prisioneros, entre otras. En ese marco, este trabajo examina las instancias bélicas y diplomáticas que, entre 1835 y 1861, propiciaron la práctica de capturar individuos de la otra sociedad en calidad de rehenes o de cautivos indígenas y cristianos. Procura analizar las transformaciones ocurridas en la misma así como las razones que la explican. Se sostiene que el cautiverio, más allá de su rol socio-económico, fue un fenómeno constitutivo de la política interétnica porque permitió canalizar las relaciones de poder entre indígenas y cristianos. Esta situación absolutamente cotidiana y no excepcional quedó demarcada por la dialéctica entre poder, hegemonía, violencia, diplomacia y cuerpos.