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Roberto Arlt y el lunfardo
Conde, Oscar.
En Di Tullio, Ángela y Kailuweit, Rolf, Roberto Arlt y el lenguaje literario argentino. Frankfurt (Alemania): Iberoamericana Editorial Vervuert.
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Resumen
La discusión en torno a la naturaleza del lunfardo casi no había comenzado en la década de 1920. Por entonces se aceptaba acríticamente que el lunfardo era un léxico de la delincuencia o, a lo sumo, un habla carcelaria. Quizá por esta razón Borges postulaba en 1926 la existencia del arrabalero, un remedo del lunfardo ladronil utilizado por las clases populares, al tiempo que destacaba el uso que a este léxico le daban en sus textos Last Reason –pseudónimo del periodista uruguayo Máximo Sáenz– y Roberto Arlt. En tanto se acepta como evidente que en la producción literaria de Arlt hubo una influencia de la tradición realista de la novela europea, no pueden hallarse filiaciones ni descendencias dentro de la literatura argentina. En los últimos años, sin embargo, críticos como Josefina Ludmer o Juan Terranova han insistido en la figura de Juan José de Soiza Reilly como precursor de Arlt. Creo que debe sumarse a Last Reason, quien en 1925 había recopilado sus popularísimas crónicas de turf –en las que revela su maestría en el uso del lunfardo– en el libro A rienda suelta. Sin negar la influencia que de Soiza Reilly pudo tener, en el plano lingüístico Last Reason ha sido, en alguna medida, un modelo para Arlt. El propio Arlt manifiesta abiertamente su admiración por este autor y en más de una ocasión se reconoce dentro de la tradición costumbrista, iniciada en el periodismo argentino a fines del siglo XIX. En su aguafuerte “La crónica nº 231” afirma: “Escribo en un «idioma» que no es propiamente el castellano, sino el porteño. Sigo una tradición: Fray Mocho, Félix Lima, Last Reason...”. Si la recurrencia al habla popular en las novelas de Arlt es un recurso decisivo para la verosimilitud de sus personajes y lo ayuda a encontrar un lugar de enunciación propio dentro de la literatura argentina, el uso del lunfardo en las aguafuertes –e incluso su preocupación por registrar y explicar nuevas palabras (squenún, tongo, chamuyar, pechazo, berretín, furbo, garrón) y nuevas expresiones (tirar la manga, tirarse a muerto, el manya orejas)– da cuenta de su vocación por elevar el lenguaje de la calle a la categoría de idioma nacional, operación que lo consolida entre el público lector del diario El Mundo y al mismo tiempo lo recorta como una figura única dentro del campo literario argentino.
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