En el Chile actual, el discurso de la Seguridad Pública dirigido por las autoridades políticas y medios de comunicación se ha tornado hegemónico para concebir ciertos usos del espacio público urbano. El mantenimiento del orden y el tratamiento de los conflictos sociales que tienen expresión en este terreno ha implicado la puesta en escena de un “higienismo socioespacial” orientado a evitar la aglomeración de personas, reprimir las protestas y expulsar a los indeseados, entre otros dispositivos de regulación social. Todo esto como respuesta a un incremento sostenido de los últimos años de las movilizaciones sociales de grupos subalternos, que utilizan la calle como espacio de resistencia y el recurso de la violencia como medio de visibilización del malestar y las demandas. Desde un enfoque etnográfico, la violencia callejera como recurso que utilizan ciertos colectivos exige problematizar los repertorios de territorialización del espacio, la ficción de soberanía e incluso como un medio de habitar y transformarlo en lugar. Por tanto, la violencia se presenta como una actividad comunicativa y de representación que merece ser analizada bajo la luz de quienes la utilizan, más que por aquellos que la estructuran, contienen y defienden. Por esto es interesante contrastar estas dos perspectivas e hilvanar un relato de convergencia que explicite la lucha por el espacio, el reconocimiento y la desigualdad encubierta bajo las dicotomías de la sociedad urbana chilena, que emerge cíclicamente dando testimonio de lo que se niega y esconde con el urbanismo.