Las máquinas de guerra-Behemot, en contraste con el Estado-Leviatán, que se sirve de la captura de los cuerpos mediante sus instituciones de encierro, precisa de la violencia armada para asegurar su control territorial. Estas fuerzas (anónimas, espontáneas y polimorfas) actúan con enorme crueldad, pues, entre otros asuntos, transforman los cuerpos vulnerables de las víctimas (mayormente niños y niñas en situación extrema de desposesión) en instrumentos, vivos y animados, a pesar de su humanidad, que matan y mueren violentamente. He aquí la disputa con el Estado, pues las mismas se arrogan la titularidad absoluta de hacer morir y dejar vivir a amplias poblaciones precarias, que, además, serán usadas, reemplazas y destruidas según las ventajas de la guerra. Esto revela, además del terror y el horror de la confrontación, que, además de destruir los cuerpos, los convierte en algo distinto a su propia humanidad, que el poder de matar ya no es un privilegio exclusivo del Estado-Leviatán.