Las preguntas se aglutinan en la mente de Roger Penrose. Las dudas sobre la analogía mente-computador, sobre la verdad, los números transfinitos, los callejones a los que se ve precipitada la matemática después de Gödel y Turing, y los cimientos mismos del edificio físico contemporáneo son algunos de los tópicos que recorre su exposición. Todos confluyen en la física (Hardware) y la lógica (Software) de la mente humana. Las profecías de La Mettrie aún hoy tienen plena vigencia. De la mano de un niño atravesamos La Nueva mente del Emperador , tal vez con la sólida confianza que expresa Jaspers en La Filosofía acerca de la capacidad infantil para filosofar. Penrose nos invita a elevarnos a cuestiones para nada pueriles para volver al final del texto a la “obviedad que ven los niños ”. ¿Cuál es esta obviedad? Obviedad que no solo proclaman las voces infantiles sino también su propia voz interior que como la “voz demoníaca” que guió a Sócrates, le susurra al oído a Penrose las verdades matemáticas del universo. Luego de describir las diversas experiencias realizadas con computadoras y de debatir con los defensores de la inteligencia artificial acerca de la mayor o menor pertinencia de las argumentaciones sobre IA en sentido débil y fuerte, se pregunta acerca de la identidad subjetiva ¿depende ésta de la composición física? Por un momento, el “yo soy”, queda entretejido en la corriente neuronal. Para muchos hoy en día la autoconciencia tiene cara de aminoácido. Una configuración, una gestalt particularer es lo que diferencia al sujeto humano del ladrillo de un edificio . Pero Penrose no concluye en esto, decide interrogar a la matemática y a la física para que arrojen luz sobre la peculiaridad del sujeto humano.