Nuestro trabajo se titula Macedonio Fernández: la invención de la escritura. En el marco de este proyecto hemos intentado elaborar un modo de abordaje específico de la obra de Macedonio Fernández, que procura tener en cuenta las aristas psicológicas y filosóficas que constituyen la estética macedoniana pero tratando de no reducir el análisis a la psicología ni a la historia de la filosofía. Hemos trabajado para construir un objeto específico: la escritura, que no puede confundirse con un diagnóstico clínico del autor ni con una arquitectura de filosofemas cualquiera. Este trabajo puede dividirse en dos partes: la primera es una digresión que se remonta al análisis de textos de Descartes y del Marqués de Sade; la segunda es la incursión en los escritos de Macedonio Fernández. Esta digresión tiene el objeto de constituir un marco conceptual y una polaridad dentro de la cual, esperamos, podrá ponerse en una nueva perspectiva la obra macedoniana. A lo largo de las páginas que siguen a continuación, trataremos de demostrar que Macedonio es el inventor de algo a lo que hemos denominado escritura y que puede definirse con cierta precisión: se trata de una práctica estética que consiste en reflexionar sobre el propio acto de enunciación que la posibilita, menospreciando los asuntos o argumentos, el desarrollo de la fábula literaria en general; y que hace hincapié en los modos o procedimientos de modificación afectiva del lector potencial. Afirmamos que, si bien pueden encontrarse algunos esbozos en la historia de la literatura, no existe otro texto en el mundo que posea las propiedades que aquí habremos de exponer. Macedonio Fernández ha llevado a su punto culminante, a un extremo del todo inusitado, cierta línea histórica experimental en el dominio artístico, que se nos presenta menos como un objeto de mero goce estético, que como una práctica de subjetivación. La escritura de Macedonio Fernández se presenta no tanto como una mercancía literaria, ni como una doctrina filosófica o estética, sino como un instrumento “psicagógico” (orientado a modificar, a reelaborar una psique) para la realización de un trabajo de re-invención de nosotros mismos. Se trata, a contrapelo de cualquier principio de realidad, de obtener la certeza, a través de la lectura, de nuestra propia inmortalidad. La escritura, a diferencia de lo que Montaigne afirmaba respecto de la filosofía, nos enseña que la muerte no existe y que la nada, nada es.