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Descripciones Musicales
Favio Shifres.
En Escuchar y Pensar la Música. Bases teóricas y metológicas. La Plata (Argentina): Edulp.
  ARK: https://n2t.net/ark:/13683/puga/g3S
Resumen
Cuando escuchamos música y nos involucramos activamente en ella, tenemos una vivencia atrayente, en muchos casos conmovedora. Decimos que en cierto modo esa experiencia nos mueve. Esto implica que, de manera vital e indefectible respondemos a la música en conformidad con la situación en la que estamos inmersos. A menudo podemos decir que nos ?enganchamos intensamente con la música? y, como ocurre cuando nos enganchamos intensamente con otra persona, lo hacemos con fruición. Para Christian de Quincey (2000), este enganche constituye tal vez la manifestación más vital de la conciencia. En otros términos es en la relación, en lo relacional, en donde la conciencia se manifiesta de la manera más vital. Esto implica que la relación es fundamental para nuestro pensamiento. Este pensamiento es acerca de la música pero también es fundamentalmente en la música. Ahora bien, ¿qué es lo que hace que podamos involucrarnos en la música? Al establecer esa relación, queda claro que en ella están comprometidos al menos dos partes: por un lado estoy yo, y por el otro está la energía que llega hasta mí y que, principalmente (aunque no exclusivamente) impresiona mis oídos. El involucramiento con la música depende entonces de lo que ocurre con ambas partes. De un lado están mis intenciones, mis actitudes, mis aptitudes, mis experiencias, mis deseos, entre muchos otros factores. Del otro están las sucesiones sonoras que se presentan de acuerdo a patrones dinámicos o modos de organización particulares que pueden ser identificados más allá de lo sonoro propiamente dicho. Así, el involucramiento será más intenso cuanto más fuertes sean las correspondencias pragmáticas que podamos establecer entre ambos lados. Cotidianamente establecemos esas correspondencias, por ejemplo cuando queremos relajarnos y buscamos música de determinadas características para hacerlo, o cuando bailamos siguiendo el ritmo de una música que ha sido pensada especialmente para bailar. Si nosotros no podemos establecer esas correspondencias, es posible que nuestro involucramiento se debilite y que por lo tanto la música nos resulte más lejana e incomprensible. Es decir que el convencimiento de que conocemos la música depende de las cosas que podemos hacer con ella: cantar, bailar, categorizarla según la época, o el lugar de origen, tocar, silbar, reconocer un tema, una pieza o un intérprete, tararear la parte que continúa aunque no la conozcamos, palmear un ritmo para acompañarla, cambiarle el texto, entre muchísimas otras cosas. Como vemos, no se trata solamente de aquellas cosas que nosotros podemos hacer con la música, sino también de cómo nosotros hacemos la música. Esta es una distinción que proviene del lugar que fue ganando la música en la cultura de occidente a lo largo de la modernidad principalmente a la luz del racionalismo. No obstante es una distinción que deliberadamente procuraremos dejar de lado. Así, cada vez que digamos aquí escuchar música nos referiremos en realidad a involucrarnos en la música de un modo que comprometa no solamente las funciones de nuestro sistema auditivo, sino también una multiplicidad de formas activas, dinámicas y corporeizadas de resonar subjetiva y colectivamente con el sonido y el movimiento, entendidas todas ellas como resonancias conductuales (Leman, 2008).
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