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Saber, pensar, escribir: Iniciativas en marcha en Historia Antigua y Medieval
Jorge Rigueiro.
UCALP (La Plata).
  ARK: https://n2t.net/ark:/13683/pwTV/e7q
Resumen
Dentro del proceso de construcción de una institución novedosa aunque no del todo ajena a las posibilidades inte¬lectuales y materiales del período conocido como Antigüedad Tardía, la Iglesia “produjo” un personaje digno de atención: el Obispo. Este período, que según los autores consultados puede incluso abarcar hasta en siglo IX, nosotros lo extenderemos hasta el VII para un mejor análisis metodológico e iconográfico, siendo que nuestra investigación girará en torno de la construcción de la imagen de la que es necesaria revestirse alguien a partir de ese siglo y hasta el VI para poder acceder a una silla episcopal. El análisis tendrá específico peso dentro del área occidental europea, tomando como ejemplo de caso dos sedes de relativa importancia continental: Milán y Ravena; siendo necesario no descartar al espacio oriental, como así también otras sedes conti¬nentales, pues pueden ser un buen elemento de comparación, sobre todo cuando entre estos pastores circule una profusa correspondencia. Pero, además de epístolas más o menos públicas, hay que sumar las intrigas palaciegas que se tejen en torno de la vacancia de una sede. Indudablemente, el mensaje de poder que el Obispo intenta transmitir, deberá hacerlo mediante todos los elementos que antes Roma usó para expandir su mensaje cultural, por lo que incurriremos en la temática de la iconografía para poder “armar” el retrato de un obispo, ya sea vivo o convertido en santo. Creemos necesario detenernos un momento en esta apreciación. En virtud de que como Roma utilizó de manera propagandística para la exportación del poder imperial la imagen de sus funcionarios de diversos niveles, el cristianismo, arrancando de sí el mandato veterotestamentario respecto de la prohibición del uso de imágenes, a partir del siglo II y más especialmente del siglo III, empezará a usar y prácticamente copiar motivos y estilos de la iconografía romana. Esta copia de gestos, posturas y motivos iconográficos adaptada a las necesidades del ritual cristiano, tendrá a partir de la Paz de la Iglesia, en el 313, una calidad “diurna” que lo hará prácticamente indistinguible de su modelo original, pero por la ubicación e interpretación del plan iconográfico, podemos detectar que se trata de una obra cristiana. Además, respecto de la iconografía, habrá que evaluar qué elementos jugaron en la construcción de la imagen del obispo, ya sea con su nimbo cuadrado o circular; imponiéndose lo arbitrario del análisis dado el reducido corpus de fuentes existentes, dónde y en qué estado de conservación. De la misma manera, será necesario hacer un análisis de la significación de esa imagen respecto del comitente y del público observador, la circulación o no de la misma, su lugar de emplazamiento (sarcófago, mural o escultura) y respecto de la elaboración de un posible culto de sus reliquias, quién se adjudicó su “empresariado”, qué ciudad detenta su culto, cuáles son sus características y qué significación socio- político- cultural tienen para la Iglesia, la Sede (junto con sus sucesores) y su ciudad. Volviendo a la línea general del discurso, será imprescindible rastrear el contenido de su culto una vez elevado a la santidad y el tratamiento que sus reliquias reciben por parte de la feligresía. A partir de su representación iconográfica, de seguro encontraremos otra herramienta interpretativa respecto de la resonancia social que el obispo ha tenido en su comunidad, la posible enseñanza que deje a “su” posteridad, además de las limitaciones de su modelo a seguir para el próximo pastor y el rango político y teológico obtenido frente a la Grey. Creemos necesario aventurar que construir la imagen de un obispo “cuesta” más en Oriente que en Occidente, en virtud de la tradición griega del gusto por la oratoria y la dialéctica refinada, en la que el obispo deberá ser campeón declarado. En cambio, el occidente europeo cristiano de raigambre latina, hará hincapié en aspectos de otra índole retórica y más jurídicos, debido a su indudable vocación política enraizada en los vericuetos del viejo Cursus Honorum, lo que generará en nuestros personajes de análisis la necesidad de licuar la terminología oscura y legista, transformando ese lenguaje en llana materia del espíritu para cada vez mayores feligresías. De ahí, que la construcción de la imagen de un obispo (jugando aquí con el sentido ideológico e iconográfico del término) pueda verse como un sujeto-objeto autoelaborándose en medio de la construcción general del edificio de la Iglesia en Occidente. Si bien no es cuestión de proponer aquí, la línea ideológica e iconográfica que tomarán Occidente y Oriente a partir del fin de la Antigüedad Tardía, es decir a nuestro criterio, siglo VII a VIII, irán separándose progresivamente hasta el gran Cisma del siglo XI, que tornará irreconciliables en ambos aspectos a los dos polos de una misma institu¬ción: Mientras que Roma, empecinada en construir una supre¬macía indiscutible, edificada sobre la tumba del Petrus, Constantinopla, se enraizará en una ortodoxia que devendrá, para el aspecto artístico, en una teología del color, que imposibilita cualquier análisis de tipo “artístico” convencional. Para completar el circuito de análisis, creemos necesa¬rio centrarnos temporalmente a partir de la segunda mitad del siglo IV y hasta la primera del VI, tirando apenas algunas redes que cierren algunos conceptos hacia el siglo III y el resto del VI, pero trataremos de no aventurarnos en demasía en un plano posterior, pues la problemática creemos aumentaría aritméticamente su complejidad
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