La tradición actoral cuenta con al menos 2500 años de historia ininterrumpida en diversos sectores sociales y bajo diferentes formatos estéticos. A lo largo de las épocas ha atravesado innumerables encrucijadas políticas, donde ha sido muchas veces amenazada, perseguida o censurada, pero también premiada, institucionalizada en escuelas y hasta comercializada en el mercado del entretenimiento. Es en los cuerpos de los actores y actrices donde la actuación se reformula y revive, activando cada vez los procedimientos creativos de composición del arte actoral para volver a inscribirse de variadas formas en el mundo social. La actual pandemia de alcance global y las diversas políticas de confinamiento obligatorio, inhabilitaron fundamentalmente los espacios de formación actoral y las salas de teatro, generando un obstáculo mayúsculo para los hacedores. Aunque aún más llama la atención, la emergencia de formas de actuación “alternativas”, todas ellas intermediadas por la pantalla, como por ejemplo los espectáculos teatrales grabados, o aquellos vía streaming, reproducidos en las redes sociales. La actuación entonces, primero replegada a su inactividad y luego “reemplazada” por alternativas de producción, se reformula y nos invita a preguntarnos nuevamente por sus despliegues en relación con la tradición actoral, los sectores sociales y las nuevas tecnologías.