Al enorme déficit de vivienda que hay que construir para paliar una demanda que puede asimilarse a un drama sanitario, debería sumarse la necesidad de adaptar la vivienda existente en función de los requerimientos derivados del creciente envejecimiento de la población. Hoy nuestra expectativa de vida supera los 70-75 años; mas del 95% de los adultos mayores sobrevive en sus propias casas, donde se mantienen autoválidos pese a su progresiva vulnerabilidad; pero ni las viviendas ni su entorno urbano están preparadas para este creciente envejecimiento de nuestra especie (ni lo estamos nosotros mismos). Después de los 65 años, más del 30% de las personas (y a los 80 más del 50%) sufren caídas sistemáticamente (el accidente más frecuente y de graves consecuencias en la vejez); y las alteraciones cognitivas aumentan progresivamente con la edad (a los 85 años un 50% de las personas pueden padecer demencias). Por eso, además de cuidar que el alojamiento que deberemos y que podamos construir sea más seguro, accesible y adaptable a futuros cambios (entre ellos el envejecimiento), debemos generar mecanismos y políticas para adecuar las viviendas y ciudades actuales; para prolongar la autonomía de las personas, como condición básica de su autoestima, de su calidad de vida. A lo largo de 15 años de investigación, en el marco del Proyecto “Hábitat y Comunidad para la 3ª Edad” (en la Facultad de Arquitectura Urbanismo y Diseño de la Universidad Nacional de Mar del Plata), se desarrolla una labor interdisciplinaria en la que participan Arquitectos, Médicos, Terapistas Ocupacionales, Psicólogos, Sociólogos, Asistentes Sociales, Economistas y Abogados. Muchas de esas actividades se realizan en contacto directo con Adultos Mayores (AM) que concurren al Servicio de Asistencia a la Tercera Edad (SATE) del Hospital Privado de Comunidad de Mar del Plata (a partir de un convenio firmado al respecto), realizando cientos de visitas programadas a sus hogares y acompañando recorridos por la ciudad. Aplicando protocolos de análisis y evaluación se estudió la relación de los AM con el entorno doméstico y urbano, evaluando factores ambientales y conductuales. De estos estudios (avalados por otros realizados en varios países) se desprende esa necesidad de adoptar medidas para preservar que, al envejecer, las personas sigan habitando en su casa y en su barrio. Y que es imprescindible adaptar esos entornos para preservar al máximo un desenvolvimiento autónomo, en un ambiente seguro, accesible y estimulante. Para ilustrar esta cuestión se expondrán resumidos algunos de nuestros últimos estudios, ejemplos de las herramientas empleadas y de soluciones aplicadas en casos concretos.