Conocer y disponer de teorías acerca de la evaluación de la práctica durante la formación profesional es necesario aunque insuficiente; para transformar e innovar en el aula universitaria es imprescindible reconocer el o los puntos de partida; el reto pasa por salir de la tarea de formación centrada en los programas e ir hacia una tarea guiada por las necesidades de los estudiantes de aprender ante situaciones reales, ante situaciones que demanda el ‘hacer’ propio de cada profesión. Toda propuesta de evaluación de la práctica incluye un doble objetivo, por un lado ayudar a los estudiantes en formación a conocer qué y cómo está aprendiendo, y por el otro, a comprender cómo puede mejorar o hacer las ‘cosas’ de otra manera. En síntesis, se trata de plantear la necesidad de contribuir, a través de la evaluación de la práctica, al desarrollo de la capacidad de toma de decisiones sobre la calidad del propio trabajo y por qué no, del trabajo del otro a través de tareas colaborativas. Evaluar las prácticas exige formas mucho más difíciles de diseñar y de controlar. Pierde sentido el ‘uso’ de respuestas cortas, de test, la reproducción de la palabra del otro, la respuesta modelo. Se trata de adoptar formas de evaluación que permita la elaboración de juicios acerca de la calidad del trabajo. Por lo tanto, si pretendemos estimular a los estudiantes para que adopten un enfoque profundo en el desarrollo de las capacidades prácticas, tenemos que diseñar y evaluar tareas relevantes para el logro de esas prácticas.