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Áyax y Antígona. La muerte honorable
Antelo, Verónica - UBA.
1º Congreso Internacional de Ciencias Humanas - Humanidades entre pasado y futuro. Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín, Gral. San Martín, 2019.
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Resumen
El objetivo de este trabajo es mostrar por qué Áyax, siendo el segundo mejor guerrero en Troya, elige la muerte. Esta elección la comparo con Antígona, del ciclo Tebano, quien también elige una muerte con honor, defendiendo las leyes divinas. En ambas obras su muestra la existencia de dos esferas, la divina y la humana, de las que la primera condiciona el éxito de la actuación del hombre, esto es, hay un mundo divino que condiciona la acción del hombre, hay una serie de principios que el hombre debe respetar y que son de orden divino, defendidos por los dioses. Quebrar ese orden implica un castigo divino. Lo que tienen en común estos héroes, si bien toman diferentes caminos, ambos llegan a desean la muerte honorable. La ruina del héroe es consecuencia de una acción cuya responsabilidad es solamente suya, de un “fallo” intelectual, de no saber adecuar su pensamiento o su acción al orden cósmico. En el caso de Áyax, transgredió sus límites humanos al enorgullecerse ante los dioses, rechazó la ayuda de los dioses convencido de que no la necesitaba. Este rechazo de la ayuda divina por parte del héroe es un acto impío, soberbio y carente se sensatez “Porque los mortales orgullosos y vanos caen bajo el peso de las desgracias que envían los dioses, como aquel que, naciendo de naturaleza mortal, no razona después como hombre”. Desde los inicios de estas dos obras, tanto Áyax como Antígona están en camino hacia la muerte, sin embrago, esos caminos van a ser muy diferentes. El primero debe hacer un recorrido para llegar a tener la comprensión de ese orden divino que no se puede romper, mientras que Antígona tuvo siempre ese conocimiento. En las tragedias de Sófocles se muestran la convivencia de la inseguridad humana y de la condición desvalida del hombre, que tiene como correlato religioso en el sentimiento de hostilidad divina, pero no como divinidad maligna, sino en el sentido en el que hay un poder y sabiduría dominante que los hombres deben respetar. Los dioses deben preservar el orden, y sus designios y acciones rebasan la comprensión humana. Un acto divino puede parecer injusto al hombre, pero actúan en un plano diferente al del hombre. Sin embargo, los dioses dan oportunidades al hombre en esos momentos decisivos, el héroe puede elegir entre una vida deshonrosa o una muerte honorable. El héroe más sabio, cuando ve la necesidad de actuar, lo hace aunque eso sea su ruina. Tal es el caso en Antígona, quien muere haciendo lo que es justo, es una muerte con honor. Sólo Antígona tiene plena conciencia del alcance y las dimensiones de sus actos, del golpe de la fatalidad, y aunque el temor y el dolor ante lo irremisible la sacudan, tiene que cumplir con las “leyes no escritas” para salvar su alma de la condena de los dioses. En el caso de Áyax, el héroe debe hacer un recorrido antes de comprender que hay un orden que respetar. En ambas tragedias se muestra la lucha del héroe, la cual es aceptada de manera conciente; y eligen tener una muerte con honor. Áyax y Odiseo se disputan las armas del héroe en un juicio; y Áyax fue derrotado frente a Odiseo. Aquél sale de noche para vengarse de su adversario con la espada, pero la diosa nubló su mente. Arremetió contra el ganado de los griegos produciendo una matanza y creyendo que se estaba vengando de los Atridas. La locura que sufre Áyax proviene de fuerzas externas y superiores al género humano. Y quien fue el segundo mejor de los Aqueos en el campo de batalla, ahora ya no es dueño de sí mismo, sino que es víctima de la diosa. De este modo, se pone en relieve la figura del héroe desmesurado, que incurre en hýbris, y termina llevando a cabo una acción vergonzosa, de manera nocturna, solo y con traición. Atenea le dice a Odiseo: “Se lanza contra vosotros solo, durante la noche y con engaños” . Cuando su esposa, Tecmesa, abre la tienda, se muestra que Áyax ha despertado de su locura y rodeado de animales degollados. Su mujer le narra la masacre nocturna ejecutada por su marido. Poco después Áyax expone su decisión de morir. Áyax se había sentido ofendido en su honra por el juicio de las armas, luego de su estado de locura, se siente avergonzado por los actos de demencia. Debe tomar la decisión de vivir con honor o morir con honor , porque esa es la naturaleza de los hombres nobles. Y sin escuchar los ruegos de su mujer y del coro, se despide de su hijo y toma el único camino que puede andar, el de la muerte honorable. Áyax se cree superior a la divinidad al pensar que no necesita su ayuda, y se enorgullece ante los dioses de los abominables actos que ha llevado a cabo, sin darse cuenta de que realmente lo ha hecho trastornado por la divinidad. A su vez, desobedeció a su padre cuando le decía “Hijo, desea la victoria con la lanza, pero siempre con la ayuda de la divinidad”, respondiendo: “Padre, con los dioses, incluso el que nada es, podría obtener una victoria. Yo sin ellos estoy seguro de conseguir fama” ; con esas palabras alardeaba Áyax. Estos héroes sofocleos, que viven una acción decisiva en su vida, pueden vacilar, pero siempre están presenten los sentimientos de miedo y dolor. El fin del héroe depende de su acción, y cuando prescinde de la ayuda divina o trata de corregirla como Áyax, el héroe cae. Pero éste no es el caso de Antígona. Ella respeta desde un principio a los dioses, sigue las leyes divinas y muere defendiéndolas. Al igual que Áyax, la obra está marcada la existencia de dos esferas, la divina y la humana, de las que la primera condiciona el éxito de la actuación del hombre. Hay un mundo divino que condiciona la acción del hombre, hay una serie de principios que el hombre debe respetar y que son de orden divino, defendidos por los dioses, que son las “leyes no escritas” fundadas por Zeus y Justicia (Díke). Nadie puede violarlas sin evitar un castigo. Se refieren a principios generales bien conocidos: respetar a los miembros de la familia, a los extranjeros y los huéspedes, enterrar a los muertos de la familia, no incurrir en hybris (excesos) abusando del débil, tener respeto y veneración ante las cosas sagradas. Entonces, por un lado está Antígona, que respeta las leyes divinas por sobre las de Tebas, y por otro lado está Creonte, quien impone sus leyes por sobre las divinas. Hay un problema de oposiciones: Creonte como defensor del nómos, las leyes de la ciudad que transgrede la díke, y Antígona en nombre de “Díke, la que habita con los dioses subterráneos” desatiende los edictos de Creonte. Los ritos sagrados de sepultura de llevan a cabo gracias a la intervención de Odiseo. Si bien Áyax era su enemigo, es capaz de reconocer que hay límites al daño que merece sufrir el enemigo. En Áyax, la procesión se lleva a cabo la recuperación del héroe como un nuevo guerrero . La espada y la armadura no sólo simbolizan la destrucción del héroe sino también su salvación. Es decir, con los rituales funerarios de Áyax, lo que fue en su momento fuerza de destrucción y sacrificio, paulatinamente se va convirtiendo en su salvación al garantizar su reinserción en la comunidad y ser sepultados junto con el muerto como objetos que Áyax va a necesitar en la otra vida, por ser los símbolos que este héroe representa. En Antígona, el entierro prohibido de Polinices es lo que inicia de dicha tragedia. Antígona queda sola con su destino, el destierro del mundo de los vivos, en la caverna que debe servirle de sepultura. Sólo Antígona tiene plena conciencia del alcance de sus actos, y aunque el temor y el dolor ante lo irremisible la amenacen, debe cumplir con las “leyes no escritas”, para salvar su alma de la condena de los dioses. Incluso afirma “si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sí sentiría pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo”. (465). Para concluir, se puede afirmar que la concepción de la justicia sofoclea muestra que tiene dos aspectos principales: en primer lugar, lo que podemos denominar la posición de un orden divino del mundo, cuyo nombre es díke; y, en segundo término, el hecho de que es sólo a partir de ese orden como se establece otro en lo humano y social, lo que significa que toda injusticia es originariamente una impiedad. Tomando en cuenta estas obras de Sófocles, podemos comprender que la justicia y la compasión no son contrarias; que beneficiar a alguien, incluso si es o fue enemigo, no implica desconocer la responsabilidad de éste sobre sus acciones; si es posible restablecer los vínculos rotos. Así lo hizo Odiseo y como debería haber actuado Creonte.
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