Miss Tacuarembó, co-producción uruguaya-argentina estrenada en 2010, propone una historia familiar para los públicos latinoamericanos: una chica de pueblo quiere triunfar en la gran ciudad. La telenovela venezolana, la música pop y las estampitas religiosas son reapropiadas y reelaboradas en función de una narrativa generacional que las asume pero que al mismo tiempo posee una mirada crítica sobre ellas. En este sentido, considero que la puesta en escena de la película se construye a partir de mecanismos barrocos que apuntan directamente a las instituciones religiosa, familiar y del mundo del espectáculo desde una sensibilidad camp, potenciando la capacidad lúdica de los formatos de los cuales se nutre y reelabora, como el videoclip, el reality show y, fundamentalmente, las canciones pop y sus usos por parte de los fans/consumidores. De este modo, construye un espectador que puede identificarse con los protagonistas y al mismo tiempo comprender las operaciones y contradicciones que los constituyeron como sujetos, lo cual implica sin dudas una mirada política sobre las nociones de consumo y cultura popular.