Los recuerdos de un maestro, sus marcas y huellas, sus trazos, sus frases, sus fórmulas y sus mágicos conjuros son, también, recuerdos entramados en nuestra propia historia; huellas que hemos incorporado a nuestra forma de ser, marcas que nos convierten en los docentes que ahora somos y frases que ?acaso? nos permitan comprender el umbral, el principio, la semilla de nuestras prácticas de enseñanza. Muchos de estos recuerdos no son posibles de describir a través de relatos empíricos o pertenecientes al mundo de lo evidente o lo sensible sino que aparecen convertidos vagas sensaciones, como la impresión que nos queda luego de haber permanecido atónitos largo rato por una obra de arte, por una película, por una ejecución musical conmovedora. Muchos años después, aún perdura en nosotros el espíritu de la obra, la sensación de agrado, sorpresa o conmoción que nos produjo. Aún pervive la inquietud por tratar de entender qué genio hizo que pudiese brotar tanto talento, de qué modo ese acontecimiento, ese suceso, esa puesta en escena pudo ser construida en la mente del autor o recreada por un actor y plasmada para ser descubierta, percibida y disfrutada por otros, por nosotros