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Las ciudades y la memoria o la memoria de las ciudades. Disquisiciones para olvidar el olvido
Landa, Carlos.
Urbania. Revista latinoamericana de arqueología e historia de las ciudades, vol. 4, 2015, pp. 13-22.
  Dirección estable:  https://www.aacademica.org/urbania/47
  ARK: https://n2t.net/ark:/13683/pssU/np6
Resumen
Al igual que los dioses, las ciudades nacen, crecen, cambian y mueren; con y como los hombres. ¿Muerto su último creyente o su último habitante se desvanecen en una bruma hecha de olvido? Así como en los aleros y en las cavernas pululan deidades extintas, sobre la superficie o debajo de ella permanecen las trazas de antiguas urbes. Desde sus orígenes y durante su existir, las ciudades se manifiestan como cosas vivas; al igual que hombres y mujeres poseen diversas personalidades (no existen dos iguales), respiran y por sobre todo sueñan. ¿No somos acaso los sueños de las ciudades?, se preguntaba Neil Gaiman (1997); ¿o somos nosotros quienes las construimos con materia onírica? Perderse en el sueño de una ciudad puede ser una condena de por vida. Creciendo por agregación o implantadas violentamente en suelos invadidos, planificadas en pulcros escritorios o emergiendo en riberas desoladas, las ciudades concentran tanto los sueños de oriundos como los de aquellos errantes que trashumaron sus calles. Mujeres y hombres vivieron en urbes; y vivieron allí toda su vida, generando un intenso sentido de pertenencia. Por algo se homologa el espacio habitable y el conjunto de sus habitantes bajo el sustantivo colectivo imaginario de “pueblo”. Las ciudades deslumbraron a viajeros, a santos y pecadores, a asesinos y a los bárbaros que soñaban con sus murallas. Una sola mirada a Ravena -a sus mármoles, a sus calles empedradas, a sus templos y jardines- hizo que el sitiador lombardo Droctulft olvidara sus ciénagas y muriera defendiendo el lugar que iba a saquear (Borges 1971). Sea en la medialuna fértil, en el delta del Nilo, en los Andes Centrales o en el Anahuac mesoamericano; las ciudades florecieron en geografías variopintas. Desafiaron desiertos, alturas, climas adversos y por sobre todo la estupidez y la soberbia humana, sendas características indisolubles y eternas. Perduraron, perecieron o se escondieron (estas últimas descriptas por el Marco Polo de Italo Calvino; y también magistralmente invisibles en selvas y montañas, casos reales como Machu Picchu). De cualquier manera su materialidad permanece, ya sea erguida o en forma de relicto, mas su memoria puede llegar a ser errática. Mariano Miró, pueblo soterrado ubicado en el norte de la actual provincia de La Pampa (Argentina), constituye un caso interesante para reflexionar sobre las ciudades y su memoria. Cabe volver a preguntarse: ¿mueren las ciudades junto a sus últimos habitantes o hibernan bajo tierra soñando historias que pujan por emerger? ¿Perece su memoria? O, ¿se desperdiga en múltiples y fragmentados espacios?
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